jueves, 29 de septiembre de 2011

A plena luz del día.

La semana pasada  la Sra. Salazar nos habló a la familia haciéndonos  reflexionar porque nos hizo entender que no había alcanzado sus metas y tenia miedo de no poder dominar la muerte cuando le llegase. Fue en ese momento en que yo le dijé que haría un escrito sobre ella y de lo que me habia contado de su vida hasta ahora.
 
Recuerdo que mi abuela hacia días me comentó que pronto moriria, ella avisaría a la familia en el momento de la despedida y se inclinaría ante mí con las ansias de cantarme la canción de cuna para dominar el sueño y ver por última vez el descenso del sol junto con las montañas. La  Sra. Salazar a sus 94 años había tenido una vida tan envidiada por los otros aldeanos, seguramente mi abuela ignoraba el señalamiento del pueblo cuando llegaba en busca de leña para el fuego los primeros años en que Silvio accedió a acompañar al altísimo, después de quedar viuda a sus 27 años. Prefirió llenarse de fé con la espantosa promesa de seguir en la guerra de un camino doloroso en donde solamente la sabiduría y la experiencia podrían ser su virtud.
Isabel Salazar ayudada por su clamor y desesperada entre las sombras, comenzó a escribir poemas prudentes que alentaban reflexiones de Dios, de la vida, la muerte y el amor.
Sin embargo,  ante todo tenía gran fé en Dios y por ello su ángel imaginario complació a Chavel abriéndole los caminos para su propio encuentro, es decir, el encuentro con su alma que se encontraba helada por las lagrimas derramadas durante años, luego su esencia divina salió del abismo, sus ojos parecían dos estrellas brillando a plena luz del día, su voz se elevó hasta el paraíso y su penas no desearon volver.
Llena de fuerza y de inmenso valor, Isabel comenzó de nuevo en su finca “BLANCANIEVES”;  su rutina cambió en ese instante cuando hacia el alba matutino del día ya había ordeñado la vaca Clara y preparado el café, luego antes de las 8 am  pasadas en su reloj se encontraban  en sus campos de flores llenos de azucenas, margaritas y rosales de la mejor calidad; Isabel pretendía quedarse hasta la madrugada porque decía que 24 horas eran cortas e insuficientes para todo el trabajo.
Después de años de arduo trabajo, Chavel montó su propio negocio en la finca, muchos chismosos del pueblo murmuraban que exportaba flores a la cuidad y que se estaba volviendo rica, que tenía un enamorado de la cuidad, algo que siempre había soñado mi abuela, pero al final su economía provenía de las iglesias y parroquias que habitaban los pueblos y ciudades cercanas; para mi abuela la fama no le importaba,  solo pensaba en la escuela de artes y en el coro del Padre Benito en donde era la mejor vocalista.
Mi abuela después de 10 años de haber cumplido lo que profesionalmente deseaba como monja en la iglesia con el Padre Benito,  empezó a sentir que le faltaba un hombre a su lado, eso no significaba dejar a Dios del todo, pero su corazón se debatía entre la construcción de una familia y el amor incondicional de Dios y  a la iglesia a las que le había servido después de la muerte de Silvio y que sanó sus heridas. Meses más tarde se puso  en oración para que Dios le diera una respuesta de lo que debía hacer; esa respuesta no demoró  mucho ya que Gustav, un campesino trabajador la lleno de ilusiones, de sueños y volvió a sentir que renacía como lo había hecho años atrás con la iglesia y determinó renunciar a ser monja y seguir el encanto del amor, sin embargo no se casaron, mi abuela nunca lo quiso así.
Meses más tarde mi abuela quedó en cinta y nació Margaret Venecia Salazar la reconocida doctora del pueblo que con sus conocimientos habilitaron un auge cultural, tecnológico y económico en el pueblo. La primavera pasó no se cuantas veces al igual que el verano y el otoño hasta que  el invierno yació otra vez  y entre el calor de la fogata Cupido flechó de nuevo, las parejas conocidas y las que no, los amantes, los forasteros y hasta los animales dejaron fluir su amor, de el amor fuerte, leal y fiel de Margaret y Luan nació una pequeña flor, tan dulce como el arequipe, tan suave como el viento y su mirada tan sabia como un filosofo y viendo mis  padres tantas virtudes me colocaron por nombre Rosa.
Los años volvieron a pesar en el cuerpo de mi abuela,  porque ya no estaba en la plenitud madura de la vida sino que después de cierta edad yo veía que los años en ella pasaban como días pero no me importaba, ella seguía siendo la misma mujer emprendedora, la persona que consideraba mi maestra del campo, narradora de cuentos e historias que ni mi mamá conocía.
 Recuerdo ese día como ayer,  cuando desde su cama me habló de Dios, del amor que le tiene al mundo y que ella había sido bendecida con inmensa belleza, con suave voz, con carácter indomable y todavía se preguntaba si había alcanzado la gloria y el amor divino que buscaba, yo muchas veces le respondía -  “ Tu mi abuelita querida, la mujer que construyó un imperio de amor a su alrededor, que gozó sirviendo a la comunidad con buenas obras y a la que Dios quiso que fuera madre, mujer y mi abuela, no puede existir nada más brillante como tu belleza y te digo viejita hermosa tu puedes estar segura que tienes el cielo en tus manos y el amor divino a tus pies. Sus lágrimas cayeron de sus mejillas y ahora toda la familia estaba reunida, Isabel Salazar se inclinó hacia mí, me cantó la canción de cuna, esperó el descenso  del sol junto a las montañas y falleció.